jueves, 7 de abril de 2011

¡A veces odio pensar!

Ayer odié pensar, probablemente hoy también lo haga y demás que mañana. ¿No les ha pasado que hay días en que sinceramente quisieran largarse para el monte y no pensar en nada ni nadie? Uno cree que sólo de esa manera encontraría la tranquilidad. ¡Pero no! Lastimosamente de los pensamientos, malos o buenos, nunca se puede escapar.

Para entretenerme he decidido comenzar a nadar. ¡Sí, a nadar! No he sido la más deportista de mi familia, ni de mi grupo de amigos, conocidos o de las personas que viven en mi cuadra, mi barrio, mi ciudad o mi país (jaja). En realidad nunca me han gustado los deportes. Cuando estaba pequeña intenté tantos que perdí la cuenta, pero entre los que recuerdo están la natación, el voleibol, basketball y tenis.

De lo que sí tengo memoria es de las clases de nado. Mejor dicho. ¡Aprendí a nadar porque Dios es muy grande y creo, creo que me ama! Resulta que como nunca he tenido facultades para los deportes, cuando mis papás me metieron a clases para aprender a defenderme en el agua les hice 'malacara'. Pero siendo tan pequeña (tenía seis años) comprendí que era sumamente importante porque de lo contrario podría ahogarme y no quería morir.

Entré a la piscina, mis papás se fueron y cuando la profesora nos empezó a dar la clase yo me puse a jugar con los inflables que entretenían a los niños más chiquitos. La maestra prácticamente me obligaba a aprender, pero yo tenía una pereza horrible.  El caso es que mi mamá y mis tías recuerdan que cuando me recogían yo estaba en una esquina de la piscina jugando y 'echando chiste' con los amiguitos de la clase (algunas cosas nunca cambian. ¿Verdad?)

El caso es que aprendí a nadar, a las patadas pero aprendí. Ahora puedo considerarme alguien que puede hacer ejercicio, de vez en cuando, en la piscina. Éste es el caso de los últimos días. No he dormido bien, he pensado más de la cuenta y me duelen todos las partes del cuerpo...desde el pelo hasta el dedo gordo del pie. Todo el día me siento cansada y mi cerebro me pide un descansito.

La piscina me ayuda a relajar los músculos y a dormir mejor. También me ayuda relajar mis pensamientos. Mientras estoy nadando toda mi mente se convierten en un diminutivo y me concentro en la técnica del ejercicio. ¡Ah! y en no ahogarme. Es como si el agua ahogara lo que pienso. Pero cuando mi cabeza sale del agua ooooootra vez regresan, como hormigas, aquellas sensaciones que quiero esconder.

Si a eso vamos me debería ir a vivir debajo del agua. Pero no. Resulta que en esta vida las realidades hay que afrontarlas. Cuando tengo pensadera siempre recuerdo que alguna vez en el pasado también la tuve y que desapareció circunstancialmente. Entonces aunque a veces odie pensar...es tan necesario para llegar a conclusiones, que así sean ilógicas, conclusiones son.


Carolina, una de mis mejores amigas, me presta la piscina de su edificio siempre que quiero. A media cuadra de mi casa y máximo 100 pasos está el agua que me relaja.

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