miércoles, 26 de febrero de 2014

Mis papás me dejaron hacer lo que yo quería...

"No hay nada que puedas hacer hoy que te garantice dinero en 20 años..."

Todas mis primas, por el lado de mi mamá, eran deportistas.

Cuando estaba chiquita, Mario y Beatriz, mis padres, intentaron que yo también lo fuera: me metieron a clases de natación, aprendí a nadar y el resto de días estuve en una esquina de la piscina jugando con muñecas; me metieron a clases de tenis y corrí más por la bola que lo que atiné en pegarle con la raqueta; me metieron al gimnasio y cuando me montaba a la trotadora, me aprendía las letras de las canciones que me gustaban porque nunca abandonaba mi reproductor de música; intenté salir a correr con mi mamá y terminaba contándole chistes...

Nunca me gustó el deporte, intentaba hacerlo porque ellos me decían que era por salud. El ejemplo de mis primas intentaba deprimirme: sus cuerpos y belleza me marcaban todos los días y por más que quería ser como ellas, que practicaban natación, gimnasia artística, voleibol, fútbol y tenis, no podía, no me gustaba, no lo disfrutaba, me aburría, me sentía frustrada. 

Mientras mi familia intentaba que yo corriera una maratón sin cansarme, yo decidí leerme, a los 10 años, Hamlet, de Shakespeare, y también el diccionario. Veía el noticiero y en la noche, cuando mi papá llegaba de trabajar, analizaba las noticias con él; tomé la decisión de pintar y colorear sin salirme de la línea y pedí clases, pero no de deporte: de canto, técnica vocal y lectura de partituras.

Me salí de natación (al menos ya sabía nadar) y ya le empecé a dedicar tres días al piano en la semana, dos días al canto y el sábado al teatro, aprendí inglés, me especialicé en esa lengua y comencé a bailar.

Tomé clases de actuación, expresión corporal y artística, también de bailes modernos y aprendí a mover las caderas: ese fue mi deporte.

La pasión y la felicidad que sentía cuando podía tocar piano con agilidad y cantar con sentimiento, eran indescriptibles. 

Mis papás olvidaron que no me gustaba sudar, ni perseguir una pelota, tampoco nadar como profesional ni correr encerrada en un gimnasio. La sonrisa que veían en mi cara cada que salía de una obra de teatro, no se comparaba con las lágrimas que derramaba cuando no podía dar un revés en mis clases de tenis.

Mario y Beatriz olvidaron que mis primas eran más altas y más esbeltas y se enfocaron en alimentar lo que realmente me gustaba: el arte. Ellos nunca se preocuparon porque no fuera a ganar plata, ni se obsesionaron con la idea de que fuera una profesional en derecho o ingeniería. Lo que a mí me gustaba era hablar de televisión, cine, actuación, telenovelas, música, artistas, sentarme a conversar con la gente y sacar sus verdades a flote, leerme un libro. 

Mis papás me dejaron hacer lo que yo quería, dejaron atrás sus egoístas deseos de que fuera deportista y de que tuviera unas piernas y un abdomen perfecto para darle paso a mi felicidad.

Yo saqué la vena artística de los Castro, de mi padre, quien con su tiple ambientaba las fiestas familiares; saqué el poder de la palabra y la capacidad para escribir, la facilidad para cantar y entender al otro.

Yo saqué la paciencia de mi mamá, gracias a ella comprendí la importancia de escuchar al otro y de no acelerarse por cosas sin importancia; saqué su compromiso con la buena alimentación y le encontré el sentido a soñar sin límites.

Con el tiempo entendí que no importa si soy alta, bajita, tengo el pelo corto o largo, porque si hago lo que me hace realmente feliz, podré triunfar.

En la universidad, los profesores de periodismo decían que si queríamos ganar plata, no debimos haber estudiado esa carrera. He entrevistado a muchos comunicadores que se arrepienten de serlo porque no tienen 1 millón de dólares en su cuenta bancaria, pero siempre que los escucho entiendo cuando mi papá me decía: "haz lo que realmente te llene el corazón, el alma. Si vas a ser vendedora de zapatos, sé la mejor vendedora de zapatos y hazlo con amor".

Ahora sé que si soy buena, si me apasiona lo que hago, más que tener riqueza en mi billetera, tendré riqueza emocional.

Sin darme cuenta, desde chiquita, empecé a labrar este camino en las artes. Ahora soy periodista de entretenimiento, estoy en un mundo superficial, en el que las curvas hablan de belleza y en medio de esas curvas, esas que no tengo bajo el estereotipo que llaman perfectas, encontré que lo que no tengo de alta, lo tengo de alegre; que lo que no tengo de delgada extrema, lo tengo de buena conversadora.

Aún me falta mucho por hacer, no soy la mejor periodista pero sí la más contenta...

"El dinero resuelve situaciones pero no da sentido a tu vida. 
Hacer cosas que te apasionan pueden abrirte una puerta.
Si tu vida no te permite cada día jugar, bailar, vivir...cambia de vida".




sábado, 17 de noviembre de 2012

Las pesadillas y tu recuerdo

“Aún me da risa acordarme de que me decías que cuando tuviera novio me amarrarías de la pata de la cama”. Me querías solo para tí.

Yo tengo pesadillas, lo has sabido siempre. Y hay una recurrente, un hombre me persigue, va detrás de mí con sus piernas largas y aparentemente rápidas por el ejercicio y yo, tan chiquita, tan lenta y torpe, trato de dar saltos por todas las piedras del camino para salvarme, salvarme de esa arma que me respira en el cuello y que insiste en que va por mí. A veces lo miro pero no reconozco su cara, cada vez es diferente, cada noche es distinta. Bueno, cada noche que lo sueño.

Una vez te vi, te llevaba de la mano y yo quería salvarte, pero no podía. Tú, débil y yo intentando que corrieras y no podías, pero entonces te tiré por un balcón esperando que sobrevivieras. Nunca supe si lo hiciste.

A mí nunca me matan, pero cuando me despierto siento como si lo hubieran hecho. Y es que lo hicieron, porque cuando regresan esos episodios de pesadillas, que me azotan por temporadas, recuerdo que cuando tenía 10 años, justo cuando tú aún conservabas la luz de tus ojos y la vitalidad de tu cuerpo, yo iba hasta tu cama y te pedía un campito. Con eso intentaba que me dieras una explicación a lo que mi cabeza decía por las noches, pero tú no necesitabas hablar. Yo sentía esas manos, del mismo tamaño de las mías, tapándome del frío y diciéndome que me durmiera.

Nunca he podido compartir cobija, contigo sí era capaz. Los dos nos acostábamos para el mismo lado y nos poníamos la mano derecha en el ombligo, metiéndola por dentro del pantalón.

Entonces con tan solo sentir tu olor y saber que te tenía a mi lado podía olvidarme del hombre que me perseguía para matarme.

Muchos años tuve ese sueño. Cada vez era un capítulo, en un ambiente diferente, en una estenografía distinta. El sentimiento era el mismo.
Pero entonces llegan noches como esta, en la que me despierto ansiosa y preocupada, con el corazón estallado y un par de lágrimas. El victimario ha vuelto, de nuevo me persigue. Se va, siempre regresa.

Me repito que todo fue un sueño, que no va a pasar, que ese hombre no existe y que todo me lo invento. Abro los ojos para percatarme de la luz del día pero todavía es de noche. Miro el reloj y apenas son las 3, o las 4 o las 5, o las 2. No importa.

Y es que yo siento que parte de la luz se me fue cuando tú te fuiste. Porque no solo se me fue un papá, el papá que todos dicen que tienen pero que yo ya no lo veo. Sé que existió, sé que existe en alguna galaxia o destino que no conozco. Creo que de mí se fue mi agua aromática para calmar los nervios por las noches, esa que me cuidaba el sueño y que ponía mi mente en blanco. Ahora cuando tengo pesadillas, me levanto ansiosa y trato de buscar esa misma paz que me dabas cuando pisando pasito entraba a la habitación y me hacía al lado de tu cama pidiendo espacio. ¡Ah! Qué bonito recuerdo, pero a la vez tan nostálgico y decadente.

Escribo de tí y te escribo a tí porque es una manera de no olvidarte. Me da miedo que llegue el día, que con los años probablemente llegará, en el que se me olvide que tenías un lunar chiquitico en el cachete izquierdo, de que tus uñas eran cuadradas, de que mi mamá te regaló la cadenita de su bautizo y que te la arrancaron una vez cuando ibas caminando con ella por el centro. Me da miedo olvidar que tú corriste detrás del ladrón y que se te salían las lágrimas mirando a mi mamá, casi pidiéndole perdón de una manera suplicante por haberse dejado atracar.

Quiero recordar que a veces, cuando estabas muy gordo, no podías amarrarte los cordones porque tu barriga crecía, entonces pedías ayuda a las mujeres de la casa y lo hacíamos con tanto amor: te arreglábamos la bota del pantalón y los zapatos negros en cuero que tanto te gustaban. O los tenis New Balance azules con blanco que llevaste durante tu enfermedad, los únicos que no te apretaban los pies. Los pies que se mantenían blancos, blancos, blancos por el talco Mexana, que era el único que te gustaba.

No quisiera olvidar que arriba de la ceja derecha tenías un montecito de piel. No te dolía pero te lo tocabas mucho tratando de adivinar qué era. Nunca lo supimos, nunca lo supiste. Era chiquito pero tú lo notabas.

No quiero despertarme un día y saber que en mi cabeza no existe el recuerdo de tus brazos sin pelitos y de tus lociones organizadas por tamaño en el baño. La Carolina Herrera era tu preferida y con ella te llenabas las manos. Primero las pasabas por tu cabeza calva y continuaban su recorrido por el cuello y el pecho, logrando untar tu ropa de ese olor que quedaba impregnado y me daba rinitis.

Me gustaría despertarme todos los días sabiendo que aún puedo ver tus pantalones caídos cuando llegabas a la casa. Mi mamá, ella tan ordenada y perfecta, te miraba cuando entrabas y se reía a carcajadas porque parecías “Cantinflas”. “Cuatropelos, subite esos pantalones”, era lo que necesitábamos escuchar para sentarnos a comer viendo las noticias de las 7:00 de la noche.

Quiero acordarme de que cuando hablabas de las humillaciones de tu niñez llorabas con sentimiento. “A mi cruel pasado porque me hizo fuerte”, fue una de las frases que escribiste en el libro que me dejaste encima del escritorio antes de que te fueras para la clínica, antes de que me dijeras: “No quiero que me lleven”.

Todos los días de mi vida, hasta cuando ya mis ojos deban cerrarse para siempre, quisiera acordarme de que el lunar rojo que tengo en la parte de atrás de mi cabeza, es igual al tuyo, que tiene la misma forma y que mis manos son gorditas y chiquiticas, del tamaño de las que yo tocaba y besaba cuando veíamos televisión.

Entonces aparecen otros recuerdos, unos no muy gratos, pero igual de válidos porque hablan de amor. Yo, con 11 años, protagonista de una obra de teatro que me escuchaste preparar por mucho tiempo, te pregunté inocentemente: “Papi, ¿cómo me viste?”. Tú me respondiste con tono enfadado, pero no conmigo, estabas bravo con la vida: “No te vi, te escuché. Ya no tengo ojos para verte”. Ni entendía bien, es que yo creía que me ibas a volver a ver algún día. No sabía lo que me esperaba, lo que te esperaba, lo que le esperaba a mamá, a la familia.

Me gustaría estar en cualquier lugar del mundo y saber que aún puedo ver en mi mente esa corbata de fondo negro y puntitos blancos que tanta dificultad nos dio conseguir para dártela un día del padre. La guardabas con recelo, solo la usabas para fechas especiales, por eso fue que decidimos ponértela en el día en que tu viaje sería largo, largo.

Esa corbata me hace falta, me hace falta verla, ni sé en manos de quién quedó, pero debe existir aún, llevando tu olor escondido.

Bueno. Tú sigues por ahí. Deambulas mucho por mi cabeza y espero que no te vayas de ella.

Mientras te preocupas entonces por seguir allí, yo me voy a preocupar por no volver a tener pesadillas y por soñar con cosas bonitas, contigo, por ejemplo, que me hiciste y me haces tan feliz con cada recuerdo que se cruza, que desaparece y vuelve.

Tu dulcinea ♥


sábado, 16 de junio de 2012

Diseñé mi propio jean

El año pasado, cuando escribía sobre las reinas en pleno Concurso Nacional de Belleza, puse en una columna en la revista Viernes que en otra vida yo tuve que haber sido costeña. ¡Y cada día lo ratifico!  Yo no puedo con la monocromía, ni con la vida aburridora, creo que por eso elegí el periodismo, porque adoro la adrenalina y los momentos inconclusos, siento que así mis emociones siempre están al límite y eso me agrada. Y para no salirme mucho de la línea de la playa, la brisa y el mar, mi personalidad alegre también concuerda con la ropa, sobre todo con aquellos atuendos de verano, que pueden mezclarse como uno quiera.

Hace una semana estuve en un evento de Levi´s y me sentí muy feliz al ver la variedad de chaquetas de jean combinadas con vestidos. Desde el algodón hasta la lycra se ve bien con el denim, un buen collar y unos botines complementan una linda pinta para cualquier ocasión.

¿Qué tal estos dos vestidos de la última colección de la marca? El cinturón en el blanco hace que se vea un poco más formal, al igual que las mangas. Todo me gusta de ese outfit, que yo complementaría con un buen reloj naraja o verde neón, unas bailarinas de cualquier color vibrante o espadrilas.
Definitivamente la prenda indispensable de esta temporada, y de todas porque es algo que nunca pasará de moda, es la chaqueta en índigo.

Lo chévere que está presentando ahorita Levi´s, en el Parque Comercial El Tesoro, es que puedes comprar un jean, con cualquier silueta que quieras, ya sea slim en los muslos y bota campana o tipo 'boyfriend', y al salir encuentras un carrito en el que puedes hacerle cualquier tipo de modificación: cortarle de largo, desteñirlo, pintarlo de colores o pegarle dibujos.

Yo lo hice y el proceso fue muy divertido. Quería ponerle unos bordados muy pinky y, con tonos morados, mojé un pincel y le hice pinticas en la parte de los bolsillos. Todo estuvo supervisado por los diseñadores de la marca, pero yo, como compradora fiel, siempre dirigí el trabajo y me ensucié las manos. ¡Qué bonita experiencia! Yo la recomiendo :)


sábado, 5 de mayo de 2012

De un viernes en las nubes. Bueno, en la cabina del avión...

Escribo esta entrada en contra la voluntad de un amigo, ese con el que ayer me encontré y yo, maravillada, me dejé caer en sus brazos.

Cuando los días no empiezan como uno se los imagina, todo anda mal. Pero a mí no me pasó eso. Me levanté en Bogotá después de una noche laboral. La primera sensación cuando abrí los ojos, fue un potente dolor en la garganta que me vaticinaba una gripa con tos seca que tengo en este momento.

El ruido de la calle, ocasionado por el derrumbe de unos edificios al lado del hotel, era insoportable. Si yo fuera vecino de ese barrio hace tiempo hubiera hecho algo, al menos ponerme tapones en los oídos. ¡Desastroso! Pero bueno, así y todo tuve que abrir los ojos ante las llamadas insistentes de la gente de la recepción que me avisaban que era las 6:00 a.m. Ahí pensé: "¡No puedo creer que les haya dicho que me despertaran!" Saludé con la voz ronca y les agradecí por darme esa bienvenida al viernes.

Después de dar vueltas un rato y de zambullirme en ese delicioso plumón blanco, puse mis pies en el piso, primero el tobillo y después los dedos. El frío era intachable, hecho como para que no se le encontrara ningún error, y ahí volví a maldecir.

Es que quién ha dicho que levantarse es fácil. Pero bueno, me organicé, terminé de empacar mi maleta y bajé para decirle a los del lobby que no había consumido nada del minibar y que se habían demorado una eternidad llevándome toallas.

Un sol resplandeciente era el que me hacía falta para darme cuenta de que ya mi día había comenzado. ¡Qué lindo es Bogotá! Pensé, mientras me sentaba en una linda sillita y acomodaba mi bolso en una mesa hecha en mármol justo al frente de mis brazos. Levanté la vista y estaba toda esa montaña divina y verde y con zonas oscuras por la sombras de las nubes. El cielo era de un azul clarito con pecas blancas que lo hacían realmente hermoso. Tomé una foto y seguí mi camino, me subí en el taxi y le dije adiós a ese cuadro que no quiero olvidar (porque hay cosas que uno sí quiere olvidar, esto no).

Llegué al aeropuerto después de saltarnos los huecos de la capital y de decirle adiós a la ciudad en la que tuve mis primeras clases reales de periodismo hace un par de años. Hice todo ese proceso axhausto y maluco de registro para poder tener una ventanilla en el avión y conversé con algunos que me saludaron por facebook. Temas iban y venían, hasta me entretuve mirando cómo despegaban los aviones y a algunas personas corriendo porque iban a perder su tiquete.

Llegó la hora de irme y con mi maleta de rueditas, la más encartadora de la vida, me fui a hacer una fila que parecía eterna. Ahí recibí una llamada. La voz de un amigo, de esos que uno adora con el alma, pero casi no ve, sonaba al otro día del teléfono: "Laury, mi vida, te estás montando en un avión en este momento. ¿Por qué no me habías contado que viajarías? Yo soy el piloto, nos tocó juntos. Voltea la cabeza a la izquierda y mira hacia arriba, hacia la cabina". Lo hice sosteniendo con la mano izquierda mi celular y vi una manito moviéndose. Colgué con el corazón a mil y puse cara de seriedad, esperando que no se notara mucho la alegría que sentía.

¿La fila es que no avanza? Pensé. Tenía una ansiedad inmensa por llegar y abrazarlo. Pero no, la gente parecía no caminar. Me provocaba salir corriendo y ver de cerca a ese amigo de tantos años, que hablamos de vez en cuando por teléfono pero que está tan cerca de mi corazón. Subí torpe y rápidamente las escalitas que le dan la bienvenida a la puerta del avión y allí estaba él, perfectamente organizado, y con los brazos estirados.

Me lancé hacia él y lo besé en la mejilla. Eso fue antes de que viera que su mano izquierda me invitaba a pasar a la cabina. Yo miré a la azafata como pidiéndole permiso y ella asintió tímidamente. Di tres pasos y mi amigo cerró la puerta, me presentó al capitán para luego decirme: "no puedes escribir nada de esto". Yo le prometí que no lo haría, pero crucé los dedos. (Lo siento).

Me bajó una sillita que estaba pegada a la pared y antes de sentarme le dije a quien estaba esperando mi respuesta en facebook: "no lo voy a creer, me voy a ir en la cabina de un avión". Apagué mi celular y miré ese espacio que estaba repleto de botones de todos los tamaños, colores y formas. Mi amigo me tendió su mano y me dio un beso en la mía. Yo lo miraba con ternura y ansiosa porque mi historia empezara.

"Laury, cuando vamos subiendo solo hablamos cosas operativas, nada de conversaciones diferentes, ¿bueno?". Yo asentí con la cabeza y el avión empezó a moverse. Capitán y copiloto se hablaban en clave, en inglés y español. Cogían libros gruesos de las paredes de la cabina y hacían un chequeo de todo, yo evidentemente no entendía nada, pero sí miraba con una locura excesiva lo que estaba pasando. Era impresionante que delante de nosotros no hubiera nada. Todo es tan diferente...

3, 2, 1. Nos elevamos y me dio vértigo. Sí. El papá de una amiga dice que esa sensación es solo para las personas que nunca han montado en avión y que son montañeros. Y a pesar de que me la paso viajando, yo sentí que el corazón se me iba a salir porque ya las nubes rodeaban todas las ventanas y qué diablos sabría yo de manejar un avión si a estos dos les pasaba algo. Pero mi amigo me miró, me tocó el muslo y me dijo: "Aquí vamos".

Subía, subía, subía y yo no lo podía creer. Tantas veces él me había dicho que quería compartir conmigo algo de su trabajo y hoy podía hacerlo, pero me impresionó sentir un vacío y ver a los dos hombres que tenía a ambos lados moviendo botones, y yo...sin entender. Pero feliz.

En un momento me antojé de hundir algo, cualquier cosa. No sé, mis amigos me molestan porque dicen que soy inquieta y sí que es verdad. Cuando estoy en un banco y hay una calculadora cerca, muevo lo que pueda, digito mi teléfono y lo resto con el de mi oficina. Si me monto a un ascensor me tengo que contener las ganas de mover el botón de emergencia. Cosas así me pasan siempre, pero esta vez era diferente porque los deseos que tenía eran los de apretar un cuadrito que decía "Reset". ¡Qué peligro! Mejor me concentré en el frío que salía de los ventiladores que daban justo en la corona de mi cabeza. Ahí pensé: "¿Por qué no traje chaqueta como me dijo mi mamá?

Ya estando a muchos pies de altura, el compañero me dijo: "¿Qué te ha parecido?". Yo saqué las palabras como si no hubiera podido hablar en una enternidad: "¡Demasiado chévere!". Esa fue la luz verde para empezar a preguntar, una tra otra, una otras otra y cuando menos pensé, nos metimos en un blanco humo espeso que nos hizo mover mucho. "No te preocupes, muchas veces es mejor pilotear cuando hay clima húmedo porque las nubes son menos consistentes". Con eso, el compañero de mi amigo, logró calmarme. Ambos me miraron y se sonrieron con complicidad. Yo me relajé y empezamos a descender. "¿Duró tan poquito?", pensaba yo como si me estuviera bajando de una montaña rusa.

A lo lejos se veía la carretera y yo creía que nos íbamos a ir de cabeza hacia el pavimento, pero decidí confiar. Alguien me dijo una vez que las veces en las que más ansiosa me ve es cuando no tengo el control de las situaciones. Tal vez es cierto. No, es cierto. Entonces decidí llevarle la contraria a ese alguien y respiré profundo. Sentía que esa calle era como un tiro en blanco. Las llantas debían caer en un punto exacto y el piloto sabía que debía atinar. ¡Lo hizo! Y yo recuperé el aire.

"Capitán -dije-, ¿es más fácil pilotear un avión o manejar un carro?". Él lo pensó dos segundos y replicó: "Es mucho más difícil manejar un carro". Solo hasta ese momento me sentí segura, al final del vuelo.

Mi amigo me dijo: "debes ser la última en salir del avión". Yo me sentía llevando a cabo una misión secreta de la que nadie se podía dar cuenta (sobre todo con este escrito). Me fui de la cabina dando pasitos tímidos, no sin antes abrazarlo a él, el personaje que me sacó de un viernes cualquiera y me abrió los ojos a una realidad en las nubes. Creo que los regalos materiales quedaron de lado y este ha sido el más maravilloso de todos.

Para tí, amigo querido, espero no meterte en problemas.
¡Gracias! Este fue el mejor regalo.
Una historia más para contar.

Laura



domingo, 22 de abril de 2012

Carta a mi abuela..."...Los pajaritos del árbol de guayabas solo cantan cuando estás tú"

¿Te acuerdas cuando ibas a mi casa, te sentabas en una mesita roja, bajita, y cosías? Yo me hacía al otro lado para verte. Detallé, en ese momento, cada parte de tus manos, desde la terminación puntuda de tus uñas hasta esa piel reseca por los años, esos que te enseñaron a tejer tan perfectamente y que me enseñaron a mí a manejar una máquina Singer para cogerle el ruedo a mis uniformes y hacer los pocos vestidos que tenía para mi muñeca preferida, una que me dio mi papá y que ya no conservo.

Recuerdo tus movimientos. Tomabas un cepillo grueso y peinabas mis crespos. Me hacías trenzas, colitas y eso parecía ser tu mejor diversión. Yo pensaba: "mi abuela me está halando el pelo", pero seguía ahí, estática y ansiosa por ver el resultado.

Siete días tiene la semana y cinco iba a tu casa. Allá me esperaban mis tíos, el abuelo y tú, que me servías tortica con leche por la tarde y sopa por la noche. Conversábamos en la sala a las 4:00 p.m., te servías un tinto y me contabas las historias de tu niñez, que eran tan largas como dolorosas, pero que te hacen ser quien eres hoy, una luchadora incansable por obtener lo que más quieres...vivir.

Entré al colegio y aplaudías mis actos. Ayudabas a mi mamá a hacer los disfraces para las obras de teatro y me recomendabas canciones para aprender en el piano. Un par de veces me regañabas porque era terca (y lo sigo siendo y me sigues regañando). "Yo te decía que no lo hicieras y lo hacías con más ganas, a mí me daba tanta rabia que causaras estragos, que te pelaba para que tuvieras tu merecido", me has dicho entre risas.

Algunas amigas iban a visitarte y yo me sentaba a tu lado para escucharte hablar, para ver tu comportamiento y tu facilidad para contar historias. Me reía con tus chistes, con tus cuentos de cuando mis tíos eran chicos. Observaba hasta el más mínimo detalle. Cogías tu taza con el índice de la mano derecha, con él abrazabas la oreja del pocillo y tomabas pequeños sorbos. Con la punta de tu lengua saboreabas tus labios y hacías una mueca indicando que te habías quemado. A eso lo acompañaba una carcajada y una buena conversación que duraba hasta que escuchaba un silbido en la puerta. Yo corría y me lanzaba en los brazos de mi papá que te saludaba cortésmente: "buenas noches doña Ángela". Le respondías con una sonrisa, mi mamá bajaba las escalas y nos despedíamos de tí para volver al otro día, que era parecido al anterior, sobre todo en lo divertido.

Entré a bachillerato, mi uniforme no me servía y te preocupabas por tomarme las medidas para arreglarlo, pero antes te esmerabas por enseñarme a usar la máquina de coser, hasta el punto en que llegué a arreglarlo yo misma. Con la esperanza de que me fuera de monja, me inculcaste amor a Dios, rezábamos el rosario y me contabas parte de la Biblia. Las tardes seguían siendo las mismas hasta que mi papá enfermó y ya eran pocas las veces en que nos veíamos. Mi mamá y yo en la casa teníamos a un hombre cayendo y tú, en la tuya, a otro muy mal. Apá, mi abuelo, requería apoyo. Mi papá también. Así que nuestras casas eran cada vez más lejanas y yo te extrañaba, mi mamá también lo hacía, pero desde ese momento también nos hacía falta mi papá, así no se hubiera ido todavía.

Todo fue hasta el día en que Apá partió sin permiso y que mi papá también lo hizo. No tenían nuestras autorizaciones y se fueron muy rebeldemente. Aquí quedamos nosotras para apoyarnos.

Entonces nos vimos frecuentemente y yo sumé más años a mi tarjeta de identidad. Tu carácter y el mío, parecidos y diferentes en experiencia, pero parecidos al fin y al cabo, chocaron muchas veces. Las palabras fueron ausentes por algunos meses, pero siempre regresaba y tú estabas ahí, con un café caliente y una de las historias, que ahora eran alrededor de los pajaritos del árbol de guayabas que decora tu casa. Entonces me embelesaba contigo, con ese olor, era un perfume de flores que se me pegaba a la ropa y que llenaba la casa así estuvieras sola con el tío Mono.

Entré a la universidad y la rebeldía me acompañaba. Tenía necesidad de independencia, me alejé, pero siempre me preguntaba, en medio de donde estuviera, qué sería de tí. Así que me aparecía de vez en cuando, saludaba y me iba a las dos horas con un cargo de conciencia importante que fue creciendo con los meses y que me hizo regresar con la misma constancia de antes. Y ahí eran otros temas de los que me hablabas. La moda primaba y me enseñabas a combinar cosas que nunca pensé que fueran correctas. Cogías unas tijeras y hacías cortes en telas. Me decías que las tocara, pues "en la textura estaba su originalidad". Yo no sabía para qué me serviría eso, pero lo hacía solo porque me lo pedías. ¡Y hoy cuánto te lo agradezco!

Mi primer novio fue determinante para saber cuánto me querías. Para tí nadie es suficiente. Él hubiera podido ser el príncipe Guillermo y ni siquiera te hubiera servido, porque tú tienes tus propios requerimientos para que un hombre esté conmigo. Debe pasar por tus ojos reparadores y tus preguntas que hacen referencia a sus apellidos, su historia familiar y su experiencia en todas las facetas de la vida. Mi relación no siguió pero luego llegaron otras personas, que al igual que la primera, te escucharon sin afán. Hoy en día, en medio de mi soltería, le agradezco a Dios por esa cantidad de cuestionamientos, porque me ayudaron a conocer a cada uno de mis exnovios en situaciones estresantes y de tensión psicológica...ninguno pasó la prueba.

Me gradué de la universidad, me diste un beso en la mejilla y abrazaste a mi mamá: "mija, este es su premio, usted se lo merece". Ella dejó ver una pequeña gota en su lagrimal y pasó su mano con el ojo muy casualmente, como si nada pasara.

Pero tu alegría más grande fue cuando entré a El Colombiano. No podías creer que tu nieta, la primera que se graduaba de profesional, hubiera conseguido, sin ningún tipo de rosca, ingresar al periódico que creció contigo y que servía de tapete para cuando llorabas con la historieta de El fantasma, con la que aprendiste a leer y que hoy me cuentas con risas escandalosas.

Y aquí sigo yo, trabajando. Espero a que todos los días llegue el periódico a tu puerta para que me leas y te sientas orgullosa, al final de cuentas es una de las cosas que me impulsan a seguir estudiando. En cada letra que escribo estás tú, hasta cierta parte, con tus conocimientos de moda, de estilismo y gusto, con la narrativa que me enseñaste a tener desde pequeña cuando me sentaba con tus amigas a 'tomar el algo'.

Así que hoy, sabiendo que yo llevo parte de lo que tú eres, te digo que no te doy permiso de seguir enferma, que te tienes que aliviar porque mi mamá y yo te queremos sacar a pasear. Deseamos llevarte a un estaderito de carretera que huela a leña, como te gusta, para que te tomes un cafecito caliente con almojábana y sientas la frescura del campo.

Yo te obligo a que salgas de esa cama de clínica y me cantes desafinadamente el himno nacional imitando a Shakira y bailes moviendo la nalga lo que escuches en la radio.

Nadie, ni mis tíos, ni yo, te hemos dado permiso para que te duela el corazón. ¡Así que te pido que salgas de eso!. Porque si tengo todas estas historias por contar a mis 23 años, ¿te imaginas todas las que quedan por vivir juntas?

Siempre has hecho lo que has querido, pero ya no te dejamos, hoy haz lo que te pedimos tus hijos, porque por eso te digo Amá, (como todos mis tíos). Yo no me considero tu nieta, sino tu pequeñita, la menor de todas.

Necesito verte bien y con los cachetes colorados, quiero oler tu perfume preferido y que regreses a la casa, porque los pajaritos del árbol de guayabas solo cantan cuando estás tú...

Laura

 A Sarita, a Juli y a mí nos encanta pasar contigo las tardes del fin de semana...completas.


Las galletas más ricas que nos comimos fueron las de esa tarde del 24 de diciembre del año pasado. 

jueves, 29 de marzo de 2012

Me da dificultad volver...pero lo hice pensando en los kilos de más

Por mi vida han pasado muchas cosas en este último año. Tener mi blog abandonado es una de las tristezas más grandes, pero era algo que iba pasar. Así que pasó y es duro. Muchas veces voy por la calle pensando en lo que podría escribir en este espacio, hago entrevistas y digo: "¡cómo quedaría esto de bonito en The Laura´s Speech", pero ahí se queda. Creo que debería tener más la disposición de hacerlo, éste es mi único espacio, en el sale mi nombre como único propietario.

Aquí estoy hoy, impresionada por muchas cosas, pero una de las que más me ha impactado en los últimos meses es la posibilidad, maravillosa ocasión, que tuve de hablar con dos chicas, únicas e irrepetibles. Dos Lauras que me cambiaron la vida y me hicieron reflexionar.

Hace días me mandaron a la oficina un catálogo de Estivo, una marca divina de vestidos de baño que piensa en las mujeres con curvas, esas que se roban miradas por sus caderas o sus senos predominantes. A mí me gustó, porque además es un tema que me mueve a todos los niveles imaginados. La razón es simple y es que siento que en esta sociedad, sobre todo la paisa, a veces no hay un lugar para las chicas que tienen un poquito de carne por allí y otro tris por allá. ¡No! Todo es un problema, si el pantalón sube, la bota está muy larga; si la camisa queda bien de largo, la manga es muy apretada. Y así uno se va yendo sin encontrar un lugar en el "espacio sideral", como diría mi vecina de puesto, La princess.





En todo caso, me llegó este catálogo precioso y desde ese día se me metió en la cabeza que yo tenía que hacer un tema para el periódico en el que hablara de la belleza natural en mujeres subiditas de peso. ¡Y lo hice!

Me conseguí el teléfono de Laura Pereyra, una argentina que salió en NatGeo hablando sobre sus problemas de obesidad: "A mi esposo y a mí nos negaron la Seguridad Social en mi país por ser gordos". Fue una de las primeras frases que me dijo y yo me quedé con la boca abierta. Después de eso pasaron muchas cosas, ella se sintió mal y le empezó a molestar lo que veía en el espejo. Pero así, fuerte y repentina, Laura no se dejó torturar y abrió su blog, http://www.puntal.com.ar/blogs/yolamasgordadetodas/, en el que llega a la conclusión de que la solución a los problemas de una mujer gorda no es ser flaca, todo empieza con la aceptación y el trabajo en equipo, que se logra de la mano de buenos profesionales.

Laura número uno es maravillosa, es dulce y cercana, habla con el corazón y eso se nota. Ella emprendió un camino, que será largo y lleno de piedras, para decirle al mundo que aquí está y aquí se queda, que sabe que es gorda, pero que se respeta y se admira y solamente por ese motivo, yo la respeto y la admiro también.

Pero no me quedé quieta y hablé con la Laura número dos. Una chica bajita y gordita, con carita hecha de azúcar, porque eso fue lo primero que pensé cuando la vi en una foto. Ella no encontró en los diseños de las marcas tradicionales, un espacio para que su figura cupiera, así que decidió ponerle creatividad a la cosa y empezar a diseñar sus propias prendas, que son fantásticas y coloridas. Laura pasa de los tonos pasteles a los neones y de las rayas a las flores con una naturalidad absoluta.

"No entiendo porqué a las gordas nos quieren hacer ver como flacas, si podemos ser gorditas pero vernos lindas". Y con esta filosofía abrió su espacio en internet, http://lapesadademoda.blogspot.com/, en el que comparte su experiencia vistiendo esos kilitos de más que son los que la hacen especial, porque yo sé su corazón es igual o más grande que esa silueta que ahora es reconocida por muchas colombianas que, igual que yo, le tienen aprecio.

Hablé con ellas y me dejé llevar por sus historias y a la par, recordé la experiencia de alguien cercano, una linda niñita que se refugió en una honda tristeza y dejó de comer, eso le causó problemas de salud que nunca va a superar, pero ella sigue viviendo, aceptando, algunas veces totalmente y otras parcialmente, que no es perfecta y que con su cabeza, su manera de ser y esa figurita, puede alcanzar lo que quiera, tal vez conquistar el mundo si se lo propone, pero que solo, hasta este momento, está conquistándose a ella misma.

Gracias Lauras, creo que conmigo, otra Laura, hacemos un lindo trío dinámico.

Gracias por todo, gracias por las sonrisas.

Acá les dejo el artículo en su versión Web.
Para leérselo comiendo un chocolate con caramelo y depronto un helado de macadamia y un vaso de agua al lado.

http://www.elcolombiano.com/BancoConocimiento/E/ellas_ponen_en_alto_los_kilos_de_mas/ellas_ponen_en_alto_los_kilos_de_mas.asp