"No hay nada que puedas hacer hoy que te garantice dinero en 20 años..."
Todas mis primas, por el lado de mi mamá, eran deportistas.
Cuando estaba chiquita, Mario y Beatriz, mis padres, intentaron que yo también lo fuera: me metieron a clases de natación, aprendí a nadar y el resto de días estuve en una esquina de la piscina jugando con muñecas; me metieron a clases de tenis y corrí más por la bola que lo que atiné en pegarle con la raqueta; me metieron al gimnasio y cuando me montaba a la trotadora, me aprendía las letras de las canciones que me gustaban porque nunca abandonaba mi reproductor de música; intenté salir a correr con mi mamá y terminaba contándole chistes...
Nunca me gustó el deporte, intentaba hacerlo porque ellos me decían que era por salud. El ejemplo de mis primas intentaba deprimirme: sus cuerpos y belleza me marcaban todos los días y por más que quería ser como ellas, que practicaban natación, gimnasia artística, voleibol, fútbol y tenis, no podía, no me gustaba, no lo disfrutaba, me aburría, me sentía frustrada.
Mientras mi familia intentaba que yo corriera una maratón sin cansarme, yo decidí leerme, a los 10 años, Hamlet, de Shakespeare, y también el diccionario. Veía el noticiero y en la noche, cuando mi papá llegaba de trabajar, analizaba las noticias con él; tomé la decisión de pintar y colorear sin salirme de la línea y pedí clases, pero no de deporte: de canto, técnica vocal y lectura de partituras.
Me salí de natación (al menos ya sabía nadar) y ya le empecé a dedicar tres días al piano en la semana, dos días al canto y el sábado al teatro, aprendí inglés, me especialicé en esa lengua y comencé a bailar.
Tomé clases de actuación, expresión corporal y artística, también de bailes modernos y aprendí a mover las caderas: ese fue mi deporte.
La pasión y la felicidad que sentía cuando podía tocar piano con agilidad y cantar con sentimiento, eran indescriptibles.
Mis papás olvidaron que no me gustaba sudar, ni perseguir una pelota, tampoco nadar como profesional ni correr encerrada en un gimnasio. La sonrisa que veían en mi cara cada que salía de una obra de teatro, no se comparaba con las lágrimas que derramaba cuando no podía dar un revés en mis clases de tenis.
Mario y Beatriz olvidaron que mis primas eran más altas y más esbeltas y se enfocaron en alimentar lo que realmente me gustaba: el arte. Ellos nunca se preocuparon porque no fuera a ganar plata, ni se obsesionaron con la idea de que fuera una profesional en derecho o ingeniería. Lo que a mí me gustaba era hablar de televisión, cine, actuación, telenovelas, música, artistas, sentarme a conversar con la gente y sacar sus verdades a flote, leerme un libro.
Mis papás me dejaron hacer lo que yo quería, dejaron atrás sus egoístas deseos de que fuera deportista y de que tuviera unas piernas y un abdomen perfecto para darle paso a mi felicidad.
Yo saqué la vena artística de los Castro, de mi padre, quien con su tiple ambientaba las fiestas familiares; saqué el poder de la palabra y la capacidad para escribir, la facilidad para cantar y entender al otro.
Yo saqué la paciencia de mi mamá, gracias a ella comprendí la importancia de escuchar al otro y de no acelerarse por cosas sin importancia; saqué su compromiso con la buena alimentación y le encontré el sentido a soñar sin límites.
Con el tiempo entendí que no importa si soy alta, bajita, tengo el pelo corto o largo, porque si hago lo que me hace realmente feliz, podré triunfar.
En la universidad, los profesores de periodismo decían que si queríamos ganar plata, no debimos haber estudiado esa carrera. He entrevistado a muchos comunicadores que se arrepienten de serlo porque no tienen 1 millón de dólares en su cuenta bancaria, pero siempre que los escucho entiendo cuando mi papá me decía: "haz lo que realmente te llene el corazón, el alma. Si vas a ser vendedora de zapatos, sé la mejor vendedora de zapatos y hazlo con amor".
Ahora sé que si soy buena, si me apasiona lo que hago, más que tener riqueza en mi billetera, tendré riqueza emocional.
Sin darme cuenta, desde chiquita, empecé a labrar este camino en las artes. Ahora soy periodista de entretenimiento, estoy en un mundo superficial, en el que las curvas hablan de belleza y en medio de esas curvas, esas que no tengo bajo el estereotipo que llaman perfectas, encontré que lo que no tengo de alta, lo tengo de alegre; que lo que no tengo de delgada extrema, lo tengo de buena conversadora.
Aún me falta mucho por hacer, no soy la mejor periodista pero sí la más contenta...
"El dinero resuelve situaciones pero no da sentido a tu vida.
Hacer cosas que te apasionan pueden abrirte una puerta.
Si tu vida no te permite cada día jugar, bailar, vivir...cambia de vida".